Considero que Vicente Leñero, en su prólogo del Manual de Fotoperiodismo realizado por Ulises Castellanos, hace énfasis en algo fundamental: el fotoperiodista es un sujeto dual, por un lado debe ser un maestro en el manejo de la luz y la cuestión técnica y a la par debe ser un profesional del periodismo en todos los aspectos. No es un acompañante del reportero con un artefacto vistoso colgando, no es el técnico que espera pasivo su turno para acomodar personas sonrientes en un encuadre.
Al igual que el reportero, es menester que el fotógrafo de prensa también trabaje sus fuentes y no sólo las “cubra” como quien llega a un lugar, toma lo que encuentra de frente y se retira sin saber que hay en el reverso. La profesionalización pasa por la cultura general, la curiosidad, la sagacidad, el atrevimiento y la capacidad que un fotógrafo pueda desarrollar para encontrar “la” foto donde otros ya han mirado y descargado su flash.
La dignificación de la profesión es algo apremiante, y coincido con el maestro Leñero en que tiene que ser de la mano de una reivindicación de equipo, es decir, empieza por el compromiso del fotoperiodista con su quehacer y termina con la valoración de su trabajo al nivel periodístico, narrativo y conceptual que sus compañeros reporteros.
Acompañando dicho proceso deben crearse espacios dedicados a la exploración y publicación fotográfica, así como, universidades y planes de estudio que exijan cada vez más preparación. El desarrollo de cualquier profesión viene acompañado de espacios de expresión, oportunidades de trabajo e incentivos que convoquen a ir más allá, a proponer, a pasar de los estático y predeterminado a lo novedoso y audaz.
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